Darién
No había migas de pan
que seguir
como en el cuento
infantil
solo huellas borradas,
que imaginan los niños
siguiendo tras la ruta
en un juego que
promete otra vida
después de la jornada.
De repente
su risa no es su risa
y el juego no es un juego.
Cruzan mares rabiosos
y ríos que
intempestivamente
crecen llevándose
la calma.
Los barquitos de vela
que llenaron la infancia
origamis celestes
que enseñara la madre
con dobleces perfectos
naufragan silenciosos
y los ojos se espantan
mientras desaparecen
junto a sueños ajenos
con muecas
que se tallan inertes en los
entristecidos rostros
que les deja la muerte.
Suenan cantos de aves
agresivas
dicen que se alimentan
del corazón de niños asustados
dejando en su reemplazo
un agujero enorme
ensangrentado.
La selva
otrora inexpugnable
ahora es una senda
que estrangula su aire,
no es una aventura
el verde se derrama
sobre los cuerpos yertos
y los minúsculos pasos
no alcanzan para huir
de aquel desastre.
Sienten que
ya no son niños
algo falla en el alma
y un vacío de ausencia
se aposenta muy dentro
de su entraña.
Dos
Dicen
que ya no crece hierba
en ese breve espacio señalado
que se marca
como un hilo siniestro
con la sal del sudor
que a su agotado paso
forjaron las historias
de caminantes muertos,
en el profundo vientre
del humus y las piedras.
Los niños huyen
desplazados de guerras
y angustia inenarrable
con los ojos cerrados
no alcanzan al asombro.
La ruta va empinada
y en descenso,
ellos sienten
que irá más allá
del desfallecimiento
de sus piernas cansadas.
Quién sabe qué sonidos,
qué voces,
qué gritos enterrados
aguardan en la sombra
de aquel ‘jardín de barro’
y miedo agazapado,
desfiladero inmenso
de lamentos de ríos,
de barcos naufragados,
selva espesa que atrapa
con lluvia enfurecida
y sonidos
de noche desplomada.
Todo es incierto
camino y sueño
no saben los viajeros
qué otro llanto
aguarda
en las oscuras fauces
de bestias desbocadas
entre montañas
que quiebran sus tapices
cayendo inexorables
en el repetido grito
que ha abarcado
el abismo
insondable de la nada.
Cada uno ha dejado
su huella de tristeza
ha abierto sin saberlo
ese claro en la selva
de oscuridad transitada.
Otros vienen detrás
del espejismo
algunos mueren
de pronto,
se los traga el olvido
o se extravían
en manos que trafican
con el miedo
cotizándolo en oro
y malos cuentos de hadas
–sin fieras al acecho,
les prometen.
Los niños por su parte
han aprendido
que dado el primer paso
circulan entre ellas,
les han visto la cara
les vieron sus colmillos
venenosos,
la criminal ponzoña
se ha clavado
en su pequeño cuerpo,
pero avanzan,
continúan el trayecto
y a su paso
ya sienten que han perdido
en un vacío inmenso
irremediable
aquel espacio íntimo
donde antes
su infantil corazón
les palpitaba.
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