Sunday, December 08, 2013

Guillain-Barré


Todo estaba programado desde el comienzo de los siglos, helada en la penumbra de la tarde de la despedida mi pobre anatomía se recogía en el asiento trasero de un coche cualquiera, la ciudad corría, era Parkland, Bogotá, París o Coral Springs, daba lo mismo, estaba ausente y así había estado en los últimos años, talvez nunca estuve presente, ni en la época de los niños arrancados del lado de la madre, ni en la de los amores fracasados, ni en la de la búsqueda infructuosa de una maga que descifrara el maldito destino que nos tocaría vivir. Nadie tampoco sabe cuáles son los últimos años y nadie sabe cómo recuperarlos, no existe fórmula mágica más allá del falso consuelo de los que tienen que decir algo, porque en esos casos no hay nada que decir, ni oídos que escuchen necedades, ni palabras inteligentes ni frases prefabricadas porque suenan huecas aunque vengan cargadas de buenas intenciones.
Ya nada se podría hacer, yacía en el fondo del socavón mientras ella, amante del francés caía víctima de dos nombres en ese idioma. Adiós al abrazo, a la sonrisa o la complicidad de una confidencia. ¡Perra vida, se murió mi tía! la noticia llegó inclemente, como un corrientazo que arranca la fuerza desde el mismo eje de la existencia, una descarga de puñales en el centro mismo del corazón. Llegan las preguntas y las frases contundentes que nos desbaratan la razón, la vida que nos niega la posibilidad de tomar una mano, hablar o mirar antes o después del descenso en ese viaje loco que no sabemos hacia dónde nos lleva. Porque vivimos así insensiblemente dejando que pasen las cosas por el lado sin mirarlas ni sentirlas sin que nos afecten hasta que nos parten en pedazos, justo cuando no podemos recogerlos del suelo.
¡Nadie tiene una respuesta! Ni los hijos ni los hermanos, ni los viejos amores, nadie, todos hablan en un ruido sin sonido, un ruido sordo de vocales y consonantes desconectadas. Los unos sufren en silencio la pérdida, las lágrimas ruedan y se atascan, los otros los necios, los transformados, los santificados, sonríen durante el regreso para seguir la marcha de la estupidez adquirida por virus virtual, para retomar el errático comportamiento fermentado en la imbecilidad de la senilidad temprana y corren satisfechos para aprovechar el perfecto acontecimiento que encaja en su calendario de mediocridad exacerbada por los titiriteros de oficio, aunque intenten llorar no pueden porque en el estropicio que llevan, se les olvidó el sentimiento.
Las cosas son así aprendidas actuadas y olvidadas, nos sorprenden desarmados, nos golpean el rostro, llegan y se van sin estremecimientos, complementando la interminable farsa que significa vivir. El teatro, la máscara del carnaval, la de mostrarle al mundo que nos mira de lejos.
Mientras rodaban por el pavimento las llantas impertérritas y las lágrimas invisibles se concentraban en un grito que no me atrevía a lanzar, pensaba en los lejanos puentes mohosos, los círculos, los parques diseñados, el metro o la romana. En la ciudad canalla, ciudad de luz y sombra, coloreada de gente, cada cual tras sus musas transformadas en soledad y desarraigo. Era lo mismo siempre, la nada de la nada y tú ahí pálida quieta, sonriente en mi recuerdo joven, ida en la realidad, caminando ligero o flotando“…bajo los puentes del viejo París…” ¿dónde tu voz y tu risa, dónde tus cenizas, sin huesos, sin memoria? ¿Dónde tú? ¿Bajo el árbol? ¡Mentira! Estás cerca, estás aquí, en mi noche negra, en mi abandono, en mi desconsuelo, diciéndome chinita, hagamos un omelet, con un vinito en la mano cantando: “borracha la dueña de casa, borracha la cocinera…”.
Yo sé que estás caminando tu ciudad de ensueño, aquella inventada por ti, que en nada se parece a la real, estás buscando por las calles el motivo que te haga vivir de nuevo, resucitar como después de las decepciones, volver a ser como en los amoríos y los apasionamientos o como en las tardes del té de las amigas y la voz de la Piaf.
Mientras llovía una escarcha que penetraba mis huesos frágiles seguí pensando en ti, en tus ojos entornados y tus parpadeos largos, en tus uñas blancas y tus medias gruesas de la juventud, en tu manera desviada de caminar, -la misma mía- en tu compañía, en mi mundo nuevo que comenzaba a explorar en el fervor de mis despertares por los que me guiabas con delicadeza. Eras parte de lo que tenía de un hombre muerto que era historia como lo eres hoy, eras mi compañera mayor, hoy no eres, en adelante no serás, futuro yerto, no seremos más...
Creí que nunca te llevaría la muerte y se me desgrana el alma en cada bocanada de aire que se me atraganta entre el dolor y el silencio de tu voz risueña que suena en mis oídos hablando del osado árabe que perseguía a las muchachas suramericanas, presentando a un franchute de olor agrio que baila sin ritmo en la sala de nuestro diminuto apartamento o simplemente enamorada de un nórdico mujeriego de ojos azules que escribe versos. Historias y rostros sin nombres que son solo eso, ecos repetidos hasta el agotamiento de la memoria.
El árbol se repite en interminables sombras largas y se va secando sin doblegarse, sus hojas se desprenden sin despedida, desnudando las retorcidas ramas. Caen, cambian de color, se secan, pero regresan en cada primavera. Nosotros no tenemos retorno, quedamos ahí, en medio del camino sin posibilidad de reverdecer aunque nos tiren hechos polvo en sus raíces, no sé cómo, no sé a cuántos nos roe esta pena larga, no sé a quiénes nos duele esta verdad amarga, solo sé que todo es vano, intangible etéreo y hueco.
No volverás, tu silueta con un abrigo largo se perderá por la bruma de los Campos Elíseos en invierno o por la ribera bohemia del Sena en la canícula atroz de otro verano, imparable caudal heracliteano que lleva el llanto de miles de soñadores olvidados bajo sus aguas. Es posible que transites leve por alguna callecita de Montmartre mientras bajo alguna ebria sombrilla gris o colorida, mi emperador extraviado cierra los ojos para adivinar las almas en cada trazo de los rostros de piedra de los turistas que ponen su mejor ángulo para ser eternizados en la impavidez de un lienzo.
Cantamos y bebemos vino para no recordar el pasado y no morir de tristeza y abandono, nos arrastramos hasta quemarnos por dentro y emborrachar el corazón tratando de verte como la maga extraviada en esas calles viejas, buscando lo que la vida te quedó debiendo y ahora sí lanzar el grito atrapado desde la tarde diecisiete del mes de septiembre:
¡Mi tía no está muerta, mi tía está en París  


Wednesday, September 11, 2013


Estaba triste y sigo triste…  

Despertar

A Dorotea Leyva, a George
y a su coro de (seis) ángeles guardianes

Afuera los ruidos de la vida
la lluvia en la ventana
la luz atomizada
cruzando hacia el umbral
de la mañana.
Aquí la sombra que aún somos
la cotidiana ruta destrazada
jugando a estremecernos
desde un tiempo cumplido,
desnudada rutina congelada
de los pasados días,
de los que llegan nuevos
con el café que aroma
los silencios…

Vienes del aire en el recuerdo
y te aposentas tibio en el momento,
una palabra llega
prendida sobre el fuego
que la quema
para marcharse luego,
abres los ojos y te quedas ciego
mirando el ventanal que tienes dentro,
te quedas mudo
apaciguando el grito
que te nace en el pecho
sin futuro y sin tiempo.

Sonríe la mueca que aprendiste,
escucha que no escuchas,
el agua te resbala sobre el cuerpo
el miedo te aprisiona
sin que tú puedas verlo
ni saberlo,
camina con los pasos que conoces
lentos.

No sabes, no lo sabes
que aunque respires y te abracen
aunque te quieran y te mimen
padre de lunas y de soles nuevos
compañero de días pasajeros
de ayeres de otro abril
de amaneceres viejos
de primaveras deshaciéndose,
no sabes, no lo sabes
que aunque la vida pase ante tus ojos
y te haga un guiño, una canción, un verso,
hundido entre las aguas que te arrastran,
las brazadas retornan sin comienzo
al final de la noche, al último recuerdo
de lo que fuimos y no somos,
porque soñamos estar vivos
cuando sabemos que ya estamos muertos

Midaz
Septiembre 9 2013

Friday, June 28, 2013

Mi Nelson Mandela


Yo conocí a Nelson Mandela en 1990 en una solitaria calle de Miami Beach, muy pocos estuvimos presentes para gritar de júbilo en ese histórico momento porque su visita no fue publicitada, como lo hacen con cualquier producto de la sociedad de consumo: un circo, un festival de moda o de salsa, cosas que rebasan avenidas y estadios. No, nada informaron los medios, ni la hora, ni la ruta que seguiría su vehículo; ninguna de sus actividades fue divulgada, tuvimos que adivinar y correr para llegar a esta cita con el hombre que representa el honor, la dignidad y el respeto por la humanidad.
Como un simple turista, Nelson Mandela hizo su aparición en un carro oscuro, sin gran bombo, sin anuncios, sin escoltas y rápidamente, alcanzó a levantar su mano para saludarnos y para dejarnos una vergüenza ajena por esos dirigentes irresponsables que entonces manejaban la ciudad y lo declararon persona no grata -¡Tamaño desafuero!- injuria esta, encabezada por el alcalde de entonces, Javier Suárez, pero no sería la primera, ni la última vez que nos avergonzaríamos frente a estas actitudes antihistóricas que tristemente, no se pueden echar atrás, aunque trece años después hubieran intentado disculparse.

¡Oh! ciudad, cubrieron tus carencias con luces, plástico, botox y silicona ‘¿quién te vio y no te recuerda’…? Aquí ocurren esas cosas, ciudad de espejos y espejismos donde celebran los golpes militares, festejan con carnavales algunos muertos, manipulan elecciones dentro del gobierno con miembros del propio partido en alianza con el oponente, ¡Pobre ciudad! tus mandatarios se venden por una cena que ni lentejas proporciona, tú la misma maniatada ciudad que no pudo hacer ningún recibimiento destacado a Nelson Mandela, porque tu alcalde y su séquito le negaron una simple proclama. Se intentó disminuirlo con ese desaire -tarea imposible- pero su figura cimera y su lucha no la borra nadie de un burdo brochazo tropical.
Como hasta entonces no habíamos padecido la precariedad en carne propia acudimos presurosos creyendo que las multitudes arrebatadas nos impedirían ver al hombre que con su lucha y su dignidad, había conseguido lo que ningún otro: el fin de un régimen segregacionista criminal en Sudáfrica donde llegó a ser el primer presidente negro, pero no fue así.
No debió sorprendernos, pisando el territorio que pisábamos... estupefactos y ofendidos ante el insulto, comprobamos aquello que incrédulos habíamos visto de lejos durante años.
Por eso hoy; cuando Nelson Mandela, ese hombre de 95 años -27 en prisión-, nacido para gloria de su pueblo, el más grande, el más digno de admiración alrededor del planeta; yace tendido en una cama de hospital librando una dura batalla como es su estilo; me sigue doliendo y vuelvo a recordarlo con respeto y fascinación, veo su mano levantada en un saludo fugaz y no puedo evitar que se me retuerza el estómago de rabia, al evocar tanta indiferencia y necedad.

Tuesday, February 05, 2013

Exilios






Exilios

La pátina invisible
sostiene las palabras
el gesto sobrevive
al surco en la mirada
seguimos siendo niños
a pesar de la infamia
y el alma desolada
recorriendo la vida
que impune nos dispara
hiriéndonos de frente
en esta muerte larga
que al cabo
nos alcanza.


Saturday, January 12, 2013

Presencia

Te lo dedico hoy, a unos días de tu muerte

La muerte andaba rondando, como siempre, ella la presentía en sus nocturnos sudores y en el temblor de su paso quebrantado, le respiraba quedito sobre el hombro, le hacía muecas siniestras desde los balcones de la plaza por donde diariamente transitaba su tristeza. Sabía que levantando la vista intempestivamente alcanzaría a sorprender el movimiento rápido del pliegue de su raído trapo escondiéndose tras los muros de la casa histórica. Ahí tenía un nido de casquillos desgastados que no incomodaban el paso de sus huesudos pies descalzos.

¡Ah la plaza de las tarimas improvisadas en el tremor de sus cimientos bajo el influjo de las enfebrecidas multitudes y las banderas desplegadas!

¡Ah la plaza de las victorias y los discursos!

¡Ah la plaza de nuestro último encuentro donde se te pegó sedienta contra el cuerpo!

Porque la muerte anda ahí, entre el humo y los recuerdos de los tanques y el fuego, entre los gritos carbonizados de los amigos y los ecos de las voces desconsoladas y rendidas.

La muerte, la sentencia del primer respiro, compañera inseparable, manifestándose en cada descuido de los trashumantes que llegan a pisar los adoquines creyendo escapársele.

Mientras la otra, la que te aguarda sabe de memoria que ahí estás, te huele, te conoce, te hace guiños para que entiendas que respira tu aire de noche eterna. Hace como si te desconociera pero ella y tú, las dos saben que caminan paralelas, aunque finjan ignorarse, algunas veces te sopla en el oído cataclismos para refrendar su presencia, como si lo necesitaras como si el aullido y la presencia de animal descompuesto no estuviera latente entre las balas y el fuego, entre los incendios y los cañonazos, entre las venas y las células cancerosas que aparecen de pronto en cualquier lugar de la geografía y la memoria del ADN.

La Fiesta de la Friducha

Aniversario

 Un día, otro de tantos, fue una fuga audaz... Cincuenta y dos años no son nada, es posible que sean una vida que se reproduce en cuatro, oc...