Tuesday, August 03, 2021

Armando

 Cuando vi a Armando en su última presentación, me puse a llorar y apagué la computadora, no era posible verlo apagándose, a pesar de su empecinamiento y la fuerza que intentaba demostrar a toda costa.

Recordé a Evita atrapada en su corsé de alambres sosteniendo su esqueleto y su anatomía derrumbada, de pie a la mala, recostada en un armazón insertado entre sus ropas y disimulado en su espalda para que apareciera en el balcón frente al pueblo que la aclamaba y quería verla, sin importar si sus fuerzas le alcanzaban para levantar la mano. La recordé cuando miré al amigo vencido por el cáncer presentando un libro que en competencia con la muerte, se empeñó en publicar y mostrar al mundo.

Pensé que alguna persona era responsable o tal vez irresponsable por este desafuero, que alguien debió impedírselo, luego recordé su empecinamiento y dejé de culpar a otros por algo que él consideró la culminación de su esfuerzo literario, iniciado poco tiempo atrás cuando comenzó a publicar todo lo acumulado a través de los años y a resumir su carrera de columnista investigativo y su esfuerzo loable de caricaturista, en algo que consideró su propia despedida de este mundo y me reproché al sentirme con derecho a opinar sobre algo que no me correspondía. 

Fue el afecto, el miedo, a lo que veía que venía lo que me hizo apagar la pantalla y sumirme en mi llanto mudo cuando vi sus fuerzas tan menguadas, cuando vi  que no atinaba a precisar sus respuestas.

Él tan veloz de pensamiento, tan organizado mentalmente, tan locuaz y óptimo en sus comentarios, tan oportuno a la hora de resaltar sus aventuras y darse a conocer. 

Él tan habilidoso en su conversación tan agradable, él tan gracioso como sus dibujos, aunque en el fondo guardara su inamovible fuerza de militar antiguerrilla que dio origen a otro de sus libros. 

Qué podría decir de ti Armando, hoy todos hablan de tus cualidades y ante eso no tengo mucho que agregar. Pienso que tal vez te alejaste a propósito para que nos fuéramos acostumbrando a no verte, a no contar contigo para los almuerzos italianos y las caminatas, para ver aparecer la aurora en una playa después de una fiesta larga. 

Ese fue tu pretexto para amainar el peso de tu ausencia que ya veías venir, a pesar de las nano prácticas y los cuchillos.

Armando, conspirador, tirano, ególatra, fiero en tu territorio. Te paseabas midiendo tus dominios y cuidándote de cada paso, de cada intruso, de cada escollo. 

Enfurecido ante el mínimo fracaso, imponente, arrogante y prestidigitador de sentimientos, amigo de sus amigos y enemigo feroz de sus contradictores, hoy reconocemos que, como la hermandad de la amistad es así:

Te quisimos incondicionalmente y que después de un año, finalmente podemos decirte adiós. 

Midaz.

8/3/2021

Monday, August 02, 2021

Popete

 

Historias de perros la más costosa media 

 

Popete era un perrito color café, con ojos amarillos, tenía una mirada maravillosa que seducía e invitaba al amor a primera vista. Había llegado a su nuevo hogar muy pequeñito y desde entonces recibió gran cariño de parte de la familia. Pronto dejó de ser una mascota manejable porque creció mucho.

Llegó entonces a la casa una señora que lo entrenó con artes maestras, pero él sabía muy bien con quien mostrar sus avances en las nuevas normas adquiridas y también sabía de quién burlarse porque lo veía más débil o tal vez más amoroso y permisivo con él, sus ojitos pícaros lo delataban.

Rápidamente se convirtió en un gigante y ahora, cuando contaba con un año y medio, era incontrolable, ya los había tumbado a todos cuando lo sacaban a pasear, no sin hacerles daño en codos y rodillas. 

Popete era hiperactivo y su energía canina tal como su cuerpo, no paraba de crecer igual que su picardía. Por lo demás, Popete era un perrito feliz, aunque tenía gustos raros en su manera de comer, se saboreaba al contemplar las servilletas desechables como si de un filete se tratara, su dieta secreta era extraña:

En un santiamén comía papel, madera, tela, además de la comida normal de los otros perritos que también engullía con fruición.

Popete, a gran velocidad comía zapatos y medias; rompía sus camitas y se comía forro y relleno, con gran sigilo y velocidad se robaba los cojines, las cobijas y los limpiones de la cocina, y mientras lo perseguían para quitárselos, los dejaba hechos jirones. Despedazaba camisas, toallas y cuanta pieza de ropa se le atravesara para pasársela por el paladar de un solo tarascazo, se devoraba a pedazos las máscaras de la pandemia -que en ese momento azotaba a la humanidad- y sobra decir que le encantaban. 

De los guantes… ni hablar, una dentellada certera los desaparecía al instante entre su hocico voraz.

Popete comía cocos, el relleno fabricado con trozos de madera que se echaba a los pies de los árboles, las cortezas de las palmeras, las flores, los clavos que se caían cuando colgaban cuadros, el plástico de los destornilladores, comía de todo y cuando sus dueños preocupados lo observaban, notaban que solo las medias lo enfermaban porque se quedaban atoradas entre su estómago y su garganta y se le devolvían, eso le proporcionaba un corto periodo de calma, pues se echaba sumiso mientras se libraba de ellas.

En su casa, como es natural, lo vigilaban, pero él se daba mañas para engatusarlos a todos y conseguir lo que se había propuesto comer. Lo regañaban por todas sus pilatunas, pero él parecía no oír y no aprendía a pesar de conocer el castigo que era ponerlo entre la jaula. Eso sí, bajaba las orejas y ponía el rabo entre las piernas, pero no se dejaba encerrar y no había prácticas de entrenamiento que funcionaran. Él solo obedecía una voz; la del señor de la casa, ahí no tenía que oír repetición de la orden, la cumplía al instante.

Todo marchaba normalmente hasta el día aquel cuando la niña de la casa viajó de la Florida a California para pasar una larga temporada de vacaciones con los abuelos paternos, ese día Popete se vio muy consternado sin poder explicarse lo que sucedía. Se entristeció por primera vez en su vida y a partir de tres o cuatro días se volvió muy obediente, ya no se burlaba de los viejitos que lo cuidaban, ni saltaba sobre ellos hasta derribarlos en el pasto cuando lo sacaban a caminar, ya no brincaba como un potro salvaje sobre las grandes vallas de matas cortadas cuidadosamente a dos metros de altura para adornar el jardín; no atravesaba el enorme solar con más velocidad que un caballo desbocado, sino que muy paciente, se sentaba a los pies de los ancianos o, por su cuenta se instalaba en su jaula con la puerta abierta, sintiendo que era su habitación, y ahí dormía durante largos periodos. 
Nadie sospechó a qué se debía el cambio en la conducta del perrito y menos que él se imaginaba que aquella niña que él amaba, seguramente se había comido una media y había sido castigada y desterrada por eso.

Popete cambió su manera de actuar pues él no quería arriesgarse a sufrir el mismo castigo y ser desterrado como la niña que no aparecía por la puerta por donde la vio partir, ya una vez cuando muy niño lo habían separado de su mamá y sus hermanitos y por fortuna lo habían llevado a donde ahora vivía y se divertía tanto; así que en adelante se comportó como un perrito dócil y triste hasta que se produjo el milagro del regreso de la niña que le trajo muchos regalos con los que jugaron, hasta que Popete, como todo lo que cruzaba por su camino, se los comió uno a uno

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