Wednesday, September 02, 2009

Me dice la razón que esta es una calle desierta y que las calles y los lugares desiertos son peligrosos, que la gente no debe deambular por parajes desolados porque los puede asaltar la duda y la realidad y algunas veces no se sale con vida de esos lugares. El corazón terco como siempre, con los ojos vendados, me ordena no atender a la razón porque ella no siente, ella no puede percibir los colores de los atardeceres que algunas veces se confunden con los de las auroras y piensa que el azul detrás de los árboles no es puro producto de la imaginación, sino que vive como los destellos de luz que se colaron en los ojos que alguna vez amé.
Atenta a mi corazón, no sólo transité los lugares vacíos sino que me tendí de frente a mirar el paso de las nubes, a recibir en mi rostro la frescura y a adivinar las notas de una canción no pronunciada que llegaba a través del aire; mi canción, aquella que inventé en los furores de una adolescencia que me llegó como todo en la vida, sin previo aviso y atacó mis sentidos y mi carne y penetró por mi piel hasta lo más profundo del primer vértigo y de la indefensión que encontró en mí y que me dejó con todos los deseos reprimidos y con una angustia que cargué por siglos y que al final del camino parecía resolverse en besos y recuerdos maltratados que también se diluyeron cuando se acabó la luz y reinó el silencio y la orfandad y los pétalos secos volaron hasta cubrirlo todo y oscurecieron mi reino de la nostalgia, la peor amiga que ofrece sus veleidades para dejarnos más vacíos que antes de atrevernos a invitarla a pasar.
No era una calle solitaria solamente, era una calle muerta, sellada, trunca que no conduce a ninguna parte, un final con nombre trágico: dead end, era el dead end de la jornada, el no outlet road sign. Todos los finales tienen nombres trágicos, extraño, si el final es un comienzo, un retomar la vida y el aliento para volver a respirar con los pulmones llenos y con todos los sentidos en estado de alerta.
Me gustan los finales, reivindican las ansias desgastadas aguzan la mirada y sensibilizan el espíritu que de otra manera, es una pobre cosa ahí a la espera de lo que dicte el mundo que lo rodea para luego aplastarlo con su gigantesco designio.
Bah, me dije, todo es falso, es falsa la frescura del aire, son falsos los instantes, son sólo manecillas corriendo para dar la vuelta, el retorno al día que sigue que es igual al anterior, ¡bah... bah... bah! (esto lo aprendí de ti).
Me río del río con risa de loca, reviso la memoria de las piedras que siguen inmóviles y tercas en su dureza total, me río de mi memoria que esculpe juiciosa y laboriosamente lo que le pido, me río de ti y de mí, de nosotros, de vosotros y de ellos, me río del verbo y sus conjugaciones.
Tú siempre inventando palabras para que yo crea que soy lo que no soy, arrullándome en mentiras hermosas. Bah... no quiero ser lo que soy ni lo que no soy, ni estar (To be or not to be, that is the question) no me gustan las mentiras pero se debe vivir de ellas (dicen) el nihilismo es mal consejero, nos incita al vacío del piso número 99, nos embelesa en los puentes y le pone hermosa voz al agua oscura, le otorga destellos de esperanza.
Dead end, helado cañón de arma sobre la sien, dead end, veloz encuentro con los árboles que segundos antes, instantes sólo, corrían silenciosos frente a la ventana, panorámica visión de la última hermosura, dead end, fin del paisaje...

La Fiesta de la Friducha

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