Thursday, November 16, 2017

El número cuatro



Cada vez que el joven hacía su ingreso a la librería del barrio, la gente que acostumbra a sacar conclusiones sin mayor información lo observaba con cierta curiosidad y admiración creyendo por su figura y estatura, que se trataba de alguien destacado en la actuación o el modelaje. Con la mirada seguían sus pasos hasta los libreros, hacia donde se dirigía, esperando algún gesto que confirmara sus predicciones, pero debían seguir especulando, porque el hombre no miraba a nadie. Debido a su aspecto impecable y sus enormes ojos azules, su boca amplia y sus manos perfectas de dedos largos que evocaban el teclado de un piano; también imaginaban, ¿por qué no hacerlo? que se trataba de un afamado músico, Los trajes claros de corte perfecto que acostumbraba usar, delineaban un cuerpo esbelto y musculoso producto talvez de muchas sesiones en un gimnasio que era lo que se sabía, estaba de moda en el mundo superficial de las redes sociales y la televisión que se imponía a la hora de juzgar.
Se sentaba el hombre en la mesa redonda, colocada como muchas, en el rincón de una salita privada con vista a todo el local a través de los cristales, las mesitas de cortesía estaban por todas partes con la clara intención de que los lectores que llegaban durante el día tuvieran la comodidad de hojear los libros y deleitarse con las historias contenidas en ellos amontonándolos allí, sin necesidad de retornarlos a su lugar.
Aislado, el visitante después de escoger en los estantes del fondo algunos tomos de variado tema, pasaba las horas con la cabeza inclinada y las manos crispadas sobre ellos en lo que se suponía una interesante lectura, nadie podía imaginar lo que ocultaba aquel personaje. Sucedía que cuando descuidadamente las personas se acercaban a poca distancia o cruzaban el umbral del saloncito, se retiraban disgustadas con un gesto de asco en su rostro. 
-¡Algún defecto debía tener!, exclamó bruscamente una señora con el ceño fruncido mientras se retiraba rápidamente hacia la puerta del local, para escupir su repugnancia sobre la acera.
La pareja que había forjado libro a libro aquel oasis de lectura, en una ciudad plástica poco afecta a la cultura, cuyas puertas se confundían con las de un salón de masajes que funcionaba las 24 horas y las de una tienda de trajes atrevidos para chicas jóvenes que a lado y lado del recinto ofrecían sus servicios destacándolos con letras de neón; estaba de acuerdo con la dama. Ellos que habían construido el lugar con un inmenso amor por la literatura con la intención de realizar tertulias, invitando autores locales y exhibiendo cuadros de diferentes pintores, para fomentar de esta manera, el arte y las letras; también habían notado que alguna cosa no estaba funcionando bien con el lector -"algo se pudre en Dinamarca" se decían y se miraban con incredulidad de ojos espantados por un secreto turbio. Se atareaban luego, desinfectando los rincones, los muebles y todo lo de la habitación cuando al recoger lo que el lector asiduo dejaba en desorden, un hálito macabro, un tufillo hediondo se respiraba en el ambiente. Adquirieron la costumbre de asear los libros con toallitas húmedas de alcohol que comenzaron a decolorarlos. Todo lo que él había recorrido con los inquietos ojos azules y manoseado, acariciando extrañamente con sus cuidados dedos, adquiría una inexplicable esencia repulsiva que ellos querían borrar con perfumados atomizadores.
Existía una leyenda según la cual, en sus últimos días los señalados por la muerte, expelían un olor nauseabundo que hacía imposible a los demás, acercárseles a menos de un metro. Se hablaba de Ignacio Sánchez Mejías antes que el toro ‘mugiera por su frente’ y de varios destacados personajes que aparecían en grandes obras de la literatura universal; que esto sucedía como un previo anuncio mortecino de los acontecimientos.
Inicialmente el hombre en cada visita tomaba un solo libro de tapa roja, pasado un tiempo, seleccionó dos con carátula del mismo color y en un periodo de seis meses, había llegado a cuatro volúmenes que aparentemente leía y releía con asiduidad. Los escogía de los estantes más alejados de donde se concentraba la gente que conversaba alegremente y en su rincón se embelesaba en ellos. Si se observaba con detenimiento, se le veía descartar uno a uno, el primero, luego el segundo, el tercero hasta ensimismarse en el último; el cuarto, que manoseaba con un secreto gozo que le brillaba en los ojos como si representara un placer inusual en su misteriosa forma de tratar los libros.
Algunas noches, desde la librería se le vio pasar agazapado entre las sombras con una gabardina oscura como su rostro de esas horas que cambiaba extrañamente, corría cubriendo su figura ahora desgarbada y descuidada. Así lo vieron las empleadas durante el inventario mensual que les tomaba varias noches y lo comentaron en sus conversaciones matutinas.
Comenzaron las murmuraciones sobre el hombre y el olor que expelía a pesar de su aparente limpieza y sus uñas cuidadas. Un aroma dulce a podredumbre, hacía su aparición en ocasiones espaciadas y todos coincidían en que era insoportable, se supo que era similar al de las esquinas del área de la basura en el centro de la ciudad, donde habían aparecido en estado de descomposición varios cadáveres de habitantes de la calle, asesinados en los últimos seis meses, marcados todos ellos con un número en la frente que había sido dibujado con su propia sangre.
Cuando apareció el muerto número cuatro, el lector misterioso, asediado por una enorme culpa que lo atrapó por el cuello y no lo dejó respirar en su solitaria guarida; salió corriendo por las calles y confesó a gritos, ser el autor de cada uno de los crímenes. Dijo que se vestía en las noches como ellos, se ubicaba en las esquinas a observarlos infiltrado en su actividad de solitarios, hasta asestarles la puñalada mortal que le ensuciaba las manos de dedos largos con una sangre contaminada que él se limpiaba en la frente de sus víctimas, dejando su peculiar mensaje cifrado para la policía que no lograba ubicar al asesino en serie que desde hacía seis meses, había asolado la ciudad, ensañándose en los desamparados que dormían en las calles y en las bancas de los parques.  

Midaz

11/17     

Wednesday, October 04, 2017

Voces


Cuando con mucha amabilidad la condujeron para introducir su cuerpo entre un túnel iluminado y la acomodaron entre las sábanas blancas, estaba un poco temblorosa, temiendo hacer algo incorrecto que dañara el resultado del examen e impidiera su curación si padecía alguna lesión cerebral.
Aunque leyó en sus insomnios de madrugada que los golpes recibidos en la cabeza, producían una enfermedad complicada que no lo parecía tanto porque terminaba reducida a tres letras mayúsculas y que solo era posible diagnosticarla después de la muerte de la víctima, ella, necia tenía la esperanza que eso no se cumpliera en su caso y que alguna muestra de sus padecimientos quedara registrada en el sofisticado sistema del aparato que la abarcaba intentando descubrirlos. Entre los escogidos por la enfermedad, figuraban atletas, militares y aquellos que repetidamente recibían golpes contundentes en el cráneo. Un parpadeo veloz le trajo la imagen de Macario que se diluyó rápidamente frente a un muro.
Las enfermeras habían cubierto sus oídos con unos algodones que le molestaron pues le recordaban de alguna manera los cadáveres de las morgues de los hospitales, taponados con la blancura de sus copitos como si la muerte se pudiera escapar por los orificios. No siempre fue así la sensación del algodón, años atrás su tersura rebelde entre los tallos, la había emocionado en los campos del sur de los Estados Unidos, recordándole los escenarios de las novelas de Faulkner, donde conoció desde un tren en marcha, el origen de los mismos. Los vio adornando coquetamente níveos las plantaciones enormes que luego producirían camisetas, ropa interior, toallas y frescos trajes de verano. No entendía por qué hoy la sensación era distinta. Manchada por esa clase de saetas veloces que cruzan sin responsabilidad la imaginación y que en su breve aparición logran hacer mella en el distraído corazón. Los copitos aparecían ahora sin romanticismo, en una visión un poco macabra, que la hacían sentir incomoda, pero era necesario borrar esos pensamientos y echarse a flotar en su túnel salvador.
Sacudió la cabeza que le dolía un poco y se lanzó a la aventura, decidió no tomarlo como un examen médico sino como una gran exploración de la renovada maquinaria en la sofisticada tecnología de la salud que sacaba a flote los más íntimos desvíos. Repentinamente la invadió una alegría infantil de descubrimiento y hasta cierta paz invadió su pecho alterado momentos atrás.
La prueba comenzó muy bien, una suave música no dejaba adivinar lo que se venía. Comenzó el cambio y las notas tenues se transformaron rápidamente en un traqueteo de tren antiguo manejado por máquina de carbón, como un tic tac, un chocar de fierros sin pausa, un reloj que ha reventado la cuerda y que poco a  poco se convierte en un torrente, en una voz imperiosa, intensa, enorme, incontenible.

Pasaba el tiempo y el ruido arreciaba, crecía, crecía hasta encima de las montañas, y como una catarata aumentaba su volumen para caer en decibeles insoportables que tomaron características familiares y el grito al reventar en la roca, se oía claramente con la severidad de una orden irrefutable:
–¡Suba!, ¡suba!, ¡suba!, ¡suba!, ¡suba!, ¡suba!– y al cambiar la intensidad y avanzar la prueba, la voz se agigantaba y la autoridad también:
–¡Salte!, ¡salte!, ¡salte!, ¡salte!, ¡salte!, ¡SALTE!–  y así, inmensa insoportable, terrible, la voz creció y creció, hasta que ella, reducida a un gusano que se arrastraba por el suelo del consultorio, se acercó al ventanal del elevado piso desde donde se contemplaba imponente la ciudad con sus luces, sus cantos estridentes y sus sirenas rojas y azules.
Se levantó de pronto e intentó huir del ruido con toda la fuerza de su miedo, corrió sin rumbo hasta la luz que la sedujo con la voz resonando impertérrita en sus oídos. Frenó su curso de embeleso y terminó cortándose al romper el vidrio con la frente tal como lo había visto hacer en la película del fin de semana... y obedeció la orden. 

Midaz
Coral Springs, octubre 2 2017


La Fiesta de la Friducha

Aniversario

 Un día, otro de tantos, fue una fuga audaz... Cincuenta y dos años no son nada, es posible que sean una vida que se reproduce en cuatro, oc...