Friday, June 28, 2013

Mi Nelson Mandela


Yo conocí a Nelson Mandela en 1990 en una solitaria calle de Miami Beach, muy pocos estuvimos presentes para gritar de júbilo en ese histórico momento porque su visita no fue publicitada, como lo hacen con cualquier producto de la sociedad de consumo: un circo, un festival de moda o de salsa, cosas que rebasan avenidas y estadios. No, nada informaron los medios, ni la hora, ni la ruta que seguiría su vehículo; ninguna de sus actividades fue divulgada, tuvimos que adivinar y correr para llegar a esta cita con el hombre que representa el honor, la dignidad y el respeto por la humanidad.
Como un simple turista, Nelson Mandela hizo su aparición en un carro oscuro, sin gran bombo, sin anuncios, sin escoltas y rápidamente, alcanzó a levantar su mano para saludarnos y para dejarnos una vergüenza ajena por esos dirigentes irresponsables que entonces manejaban la ciudad y lo declararon persona no grata -¡Tamaño desafuero!- injuria esta, encabezada por el alcalde de entonces, Javier Suárez, pero no sería la primera, ni la última vez que nos avergonzaríamos frente a estas actitudes antihistóricas que tristemente, no se pueden echar atrás, aunque trece años después hubieran intentado disculparse.

¡Oh! ciudad, cubrieron tus carencias con luces, plástico, botox y silicona ‘¿quién te vio y no te recuerda’…? Aquí ocurren esas cosas, ciudad de espejos y espejismos donde celebran los golpes militares, festejan con carnavales algunos muertos, manipulan elecciones dentro del gobierno con miembros del propio partido en alianza con el oponente, ¡Pobre ciudad! tus mandatarios se venden por una cena que ni lentejas proporciona, tú la misma maniatada ciudad que no pudo hacer ningún recibimiento destacado a Nelson Mandela, porque tu alcalde y su séquito le negaron una simple proclama. Se intentó disminuirlo con ese desaire -tarea imposible- pero su figura cimera y su lucha no la borra nadie de un burdo brochazo tropical.
Como hasta entonces no habíamos padecido la precariedad en carne propia acudimos presurosos creyendo que las multitudes arrebatadas nos impedirían ver al hombre que con su lucha y su dignidad, había conseguido lo que ningún otro: el fin de un régimen segregacionista criminal en Sudáfrica donde llegó a ser el primer presidente negro, pero no fue así.
No debió sorprendernos, pisando el territorio que pisábamos... estupefactos y ofendidos ante el insulto, comprobamos aquello que incrédulos habíamos visto de lejos durante años.
Por eso hoy; cuando Nelson Mandela, ese hombre de 95 años -27 en prisión-, nacido para gloria de su pueblo, el más grande, el más digno de admiración alrededor del planeta; yace tendido en una cama de hospital librando una dura batalla como es su estilo; me sigue doliendo y vuelvo a recordarlo con respeto y fascinación, veo su mano levantada en un saludo fugaz y no puedo evitar que se me retuerza el estómago de rabia, al evocar tanta indiferencia y necedad.

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