Wednesday, October 04, 2017

Voces


Cuando con mucha amabilidad la condujeron para introducir su cuerpo entre un túnel iluminado y la acomodaron entre las sábanas blancas, estaba un poco temblorosa, temiendo hacer algo incorrecto que dañara el resultado del examen e impidiera su curación si padecía alguna lesión cerebral.
Aunque leyó en sus insomnios de madrugada que los golpes recibidos en la cabeza, producían una enfermedad complicada que no lo parecía tanto porque terminaba reducida a tres letras mayúsculas y que solo era posible diagnosticarla después de la muerte de la víctima, ella, necia tenía la esperanza que eso no se cumpliera en su caso y que alguna muestra de sus padecimientos quedara registrada en el sofisticado sistema del aparato que la abarcaba intentando descubrirlos. Entre los escogidos por la enfermedad, figuraban atletas, militares y aquellos que repetidamente recibían golpes contundentes en el cráneo. Un parpadeo veloz le trajo la imagen de Macario que se diluyó rápidamente frente a un muro.
Las enfermeras habían cubierto sus oídos con unos algodones que le molestaron pues le recordaban de alguna manera los cadáveres de las morgues de los hospitales, taponados con la blancura de sus copitos como si la muerte se pudiera escapar por los orificios. No siempre fue así la sensación del algodón, años atrás su tersura rebelde entre los tallos, la había emocionado en los campos del sur de los Estados Unidos, recordándole los escenarios de las novelas de Faulkner, donde conoció desde un tren en marcha, el origen de los mismos. Los vio adornando coquetamente níveos las plantaciones enormes que luego producirían camisetas, ropa interior, toallas y frescos trajes de verano. No entendía por qué hoy la sensación era distinta. Manchada por esa clase de saetas veloces que cruzan sin responsabilidad la imaginación y que en su breve aparición logran hacer mella en el distraído corazón. Los copitos aparecían ahora sin romanticismo, en una visión un poco macabra, que la hacían sentir incomoda, pero era necesario borrar esos pensamientos y echarse a flotar en su túnel salvador.
Sacudió la cabeza que le dolía un poco y se lanzó a la aventura, decidió no tomarlo como un examen médico sino como una gran exploración de la renovada maquinaria en la sofisticada tecnología de la salud que sacaba a flote los más íntimos desvíos. Repentinamente la invadió una alegría infantil de descubrimiento y hasta cierta paz invadió su pecho alterado momentos atrás.
La prueba comenzó muy bien, una suave música no dejaba adivinar lo que se venía. Comenzó el cambio y las notas tenues se transformaron rápidamente en un traqueteo de tren antiguo manejado por máquina de carbón, como un tic tac, un chocar de fierros sin pausa, un reloj que ha reventado la cuerda y que poco a  poco se convierte en un torrente, en una voz imperiosa, intensa, enorme, incontenible.

Pasaba el tiempo y el ruido arreciaba, crecía, crecía hasta encima de las montañas, y como una catarata aumentaba su volumen para caer en decibeles insoportables que tomaron características familiares y el grito al reventar en la roca, se oía claramente con la severidad de una orden irrefutable:
–¡Suba!, ¡suba!, ¡suba!, ¡suba!, ¡suba!, ¡suba!– y al cambiar la intensidad y avanzar la prueba, la voz se agigantaba y la autoridad también:
–¡Salte!, ¡salte!, ¡salte!, ¡salte!, ¡salte!, ¡SALTE!–  y así, inmensa insoportable, terrible, la voz creció y creció, hasta que ella, reducida a un gusano que se arrastraba por el suelo del consultorio, se acercó al ventanal del elevado piso desde donde se contemplaba imponente la ciudad con sus luces, sus cantos estridentes y sus sirenas rojas y azules.
Se levantó de pronto e intentó huir del ruido con toda la fuerza de su miedo, corrió sin rumbo hasta la luz que la sedujo con la voz resonando impertérrita en sus oídos. Frenó su curso de embeleso y terminó cortándose al romper el vidrio con la frente tal como lo había visto hacer en la película del fin de semana... y obedeció la orden. 

Midaz
Coral Springs, octubre 2 2017


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