Monday, April 30, 2007

Carta Breve

De la serie: Cuentos Infames




Apreciado señor, he llegado al límite de la tolerancia y necesito comunicarle las determinaciones que la desesperación me ha orillado a tomar. Como bien usted lo dice, el camino al infierno está plagado de buenas intenciones. Esta vez la verdad es a la inversa y mis intenciones han sufrido un vuelco (quizás me gane el cielo) y por esa razón a partir de este momento, no seguiré aceptando sus insultos, los calificativos brutales y leves que usted incluye en su vocabulario a la hora de referirse a mí, de compararme con otras o de darme una orden; prefiero que se los reserve para alguna otra a quien le profese más amor del que insiste en hacerme creer que me tiene.
Todavía me duele la cabeza de la golpiza que me propinó hace dos semanas y los tumores que se me formaron en los brazos no logro desaparecerlos -a pesar de masajearlos con saliva en ayunas como me enseñó la abuela- y la verdad, ahora no estoy dispuesta a que me los renueve. La persecución que instaura cuando, por puro temor, me desaparezco de su vista por instantes, seguida de los azotes y el encierro, no quiero seguirlos padeciendo. Las citas con sus amigos; para que disfruten mi cuerpo, mientras usted observa con los ojos de vidrio de su lascivia, desde la oscuridad del ropero donde presiento y me aterra su lujuria casi tanto como el tormento que esto me representa; no quiero seguirlas cumpliendo.
El atropello que padezco cuando no satisfago sus requerimientos, no quiero repetirlo, pues bien sabido es que si no me alimento y me sangran las muñecas y los tobillos por efecto de las cadenas que me ata; la gente va a notar que algo no está bien cuando me exhiba ante sus amigos (su mayor placer) y usted perdería su prestigio y el respeto que le profesan cuantos lo conocen y cuantas lo miran y lo toman como el honorable e irremplazable profesor de arte, confidente, amigo y consejero en sus más dificiles momentos. Mano salvadora en su adversidad y apoyo en su soledad y abandono.
Por tanto, mi querido señor y más por necesidad que por voluntad propia, he tomado una determinación y le he escrito esta carta, que quedará como constancia e información para quien la requiera.
No le voy a negar que su cuerpo me pesa enormemente para cargarlo, más que cuando usted se me echa encima y no puedo respirar, y mucha mayor dificultad me cuesta colgarlo de la cuerda que amorosamente a pesar de todo, he colocado alrededor de su garganta. Pero lo voy a conseguir como lo he conseguido todo durante estos largos años en que usted ha logrado mantenerme fiel, cariñosa y sin mancha a su lado.

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