Sergio Ramírez: “La escritura es un milagro provocado”
By mediaIslaPublished: May 8, 2010
Por
Martha Daza
Desconfío de toda ideología que ofrece la felicidad en la tierra con solo cerrar los ojos y dejarse llevar. Toda ideología a la que uno termina entregando el derecho de pensar por sí mismo, que niega la diversidad, es perversa…
El nombre de Sergio Ramírez está ligado irremediablemente a nuestra historia política latinoamericana, no obstante lo cual él no parece interesado directamente en los procesos en que se ha transformado lo que, en su momento, fue una lucha de esperanza y progreso para un pueblo oprimido por los dueños del poder que tanto daño hicieron en nuestro continente en las pasadas décadas.
Su manera de enfrentar el mundo es a través de la literatura y a través de ella cierra etapas, como en Adiós Muchachos. Relata, como él mismo lo dice, lo oscuro del poder como en Sombras nada más, se acerca al tenebroso mundo del narcotráfico —El cielo llora por mí— o sencillamente plasma vivencias propias y ajenas o reinventa la historia en un cierto número de páginas para que nada de lo vivido intensamente se quede sin salir a la luz.
—Sergio, tú siempre has sido un hombre de letras antes y después de la política, ¿tiene que ver la sensibilidad poética con la ideología, te volcó ésta al proceso revolucionario que viviste?
—Hay una sensibilidad para ver la realidad y creo que corresponde por igual a la literatura que a la política. A los 17 años, cuando desperté a la realidad de mi país, quería cambiarlo todo, y para eso se necesita sensibilidad, lo mismo que se necesita sensibilidad para la obra de imaginación, algo que despertó también en mí al mismo tiempo. Pero quizás se trata de diferentes facetas de la sensibilidad, sin que ésta deje de ser una misma. No creo que sin esa sensibilidad hubiera sido capaz de entrar en la revolución. Y me quedé con ella cuando aquella empresa terminó.
—¿Cómo regresaste a las letras, el Adiós muchachos, fue una despedida irrevocable e implica que jamás volverías a la política?
—Creo que salí de la política a su debido tiempo. La revolución había llegado a su fin, intenté ayudar a crear una perspectiva distinta para el sandinismo después de la derrota de 1990, y después de eso, que significó una dura lucha con muchos de mis mismos compañeros, sentí que mi papel en la política había llegado a su fin y que debía regresar a la literatura a la que siempre había pertenecido, y que es algo sin plazos y a lo que no se renuncia. Uno sigue siendo escritor hasta la muerte.
—En tu última novela, abordas el narcotráfico como un tema de actualidad, aunque en Nicaragua aparece como una novedad, sin toda la sevicia página por página que aparece en otras novelas publicadas con el mismo tema, ¿qué piensas tú de la oleada de novelas que invade el mercado y que tienen tanto éxito, que se convierten en series a pesar de no tener un valor literario en sí? ¿Se está explotando el morbo de la violencia?
—Eso ha ocurrido siempre en la literatura tanto con la violencia como con el sexo. Por cada novela del siglo diecinueve que recordamos, o de cada década, hay centenares que tuvieron su día de fama y luego cayeron en el olvido porque no eran verdaderamente literatura, sino que tocaban las claves del mercado, lo que yo llamaría una literatura populista. Uno siempre debe aspirar a la trascendencia, que la novela que uno escribe pueda ser recordada, cualquiera que sea su tema. Se tiene una idea bastante ligera de la novela policíaca, como si fuera siempre un bien perecedero, y no es así. La novela negra también tiene sus clásicos.
—Tú que estuviste en el poder, ¿cómo lo interpretas?
—El poder es un juego de espejos, que exhibe, como ningún otro género, la condición humana. Prefiero hablar del poder como género, porque me acerca a la literatura, que es para lo que finalmente sirve. Mi experiencia de poder se ha quedado en literaria, y es un depósito subterráneo al que bajo siempre a rastrear personajes, argumentos, situaciones.
—Te gusta que la ficción parezca realidad, ¿escribirías novela histórica?
—No me gusta la novela histórica, si la vemos como novela de grandes personajes, o de epopeyas. Me gusta recurrir a la historia en busca de los rincones oscuros y de los pequeños personajes secundarios, y me gusta ver la historia como una gran trampa en la que tantos caen aún contra su propio gusto. Quedar en la historia es como quedar pegado en un papel matamoscas.
—Sergio Ramírez mezcla en el texto la ficción con la realidad, en El cielo llora por mí, por ejemplo menciona al cardenal con nombre propio, ¿Lo haces para darle más realismo a la trama? ¿No tienes problemas con este tema? lo digo porque ya en Miami durante una presentación en la Feria del Libro, se te aparecieron dos personajes que, dicho sea de paso, no estaban muy complacidos de aparecer en tus novelas —una dijo ser la hermana del personaje central, el asesino—, llegando hasta el grado de agredir a un participante que agradeció tu presencia en el recinto. ¿Te ha pasado eso en alguna otra ocasión, que la gente se vea reflejada en la obra y se alegre o se enfade por ello?
—Sé que los personajes con nombres verdaderos sólo son útiles a un primer círculo de lectores, los del propio país, que leen una novela bajo color local. Pero yo pongo los verdaderos nombres como una especie de gusto, o de vicio personal, o de miedo de alejarme de la realidad, y en lugar de quedarme en el terreno de la imaginación, entrar en el de la fantasía, que es diferente. Ya ves eso que pasó en la Feria del Libro de Miami, de pronto me sentía asaltado por mis propios personajes, pero me gusta correr los riesgos que trae consigo hacer chocar la realidad con la ficción, sobre todo cuando mucho de lo que escribo sale de las situaciones de la propia realidad pública, o de la privada, y de lo que ella me dicta. Uno vive entre historias verídicas que es necesario transformar en piezas narrativas, pero lo que esas historias tienen de asombroso ya está allí.
—Desde muy niño tuviste la posibilidad del cine y eso te enseñó a narrar, crees que existe una vocación, crees que son las circunstancias las que marcan al autor, o que como dice alguien, a un buen escritor lo buscan los temas, ¿Cómo seleccionas tus temas?
—Los temas vienen a mí. Cada vez que abro el periódico por las mañanas, se que en algún rincón de la página de sucesos policiales me puede estar esperando una historia. Por eso es que hay que leer el periódico con unas tijeras al lado. O al entrar en un restaurante y al sentarme a la mesa, saber que la pareja de la mesa vecina puede estar hablando algo que como novelista me interesa. Un escritor es siempre un voyeur, pero uno tiene que tener la capacidad de entender la textura de la historia, saber que puede servir, que tiene esas calidad singulares que uno busca en ellas.
—Hablaste de tu próxima novela que será a tres voces femeninas y el proceso que has seguido para que los diálogos sean creíbles, ¿nos puedes contar acerca de eso?
—Bueno, ese es un asunto que tiene que ver con los instrumentos de que uno se arma para el proceso de la escritura. Cuando uno le da voz a un personaje, sobre todo si el personaje habla en primera persona, esa voz debe tener una textura particular que el lector pueda distinguir siempre. Aquí, en esa novela que se llamará La Prisionera, hay tres mujeres, ya muy ancianas, contando una misma historia acerca de un solo personaje, otra mujer ya muerta, desde sus propios ángulos y desde sus propias voces. Si no consigo que cada una de ellas hable de manera distinta, con su propia marca, todo el trabajo está perdido. No hay que olvidar entonces que la escritura es un asunto de lenguaje.
—Cuando se ha sido poeta como tú ¿Crees que es inevitable la poesía en la prosa?
—La poesía es inevitable en la sustancia de la prosa. Y es más. Creo que alguien que no se ha pasado la vida leyendo poesía, difícilmente puede encontrar las claves de la prosa, que necesita de ritmos, y de una música invisible. Cada vez que voy a empezar una novela me pongo a releer a los poetas que siempre me han acompañado, Baudelaire, Darío, Kavafis, Vallejo, T.S. Elliot.
—¿Crees que una ventaja de la literatura es recrear seres y situaciones reales, que parecen de ficción para adjudicarles las culpas y errores que cometen en su quehacer cotidiano, sin temor a represalias? En El cielo llora por mí, denuncias la incipiente corrupción de la policía cuando entrega sólo cincuenta de los cien mil dólares encontrados en un operativo. Digo incipiente porque en otras partes, no hubieran entregado ni un centavo. También mencionas el niño que entra a robar en la suntuosa casa construida por una familia “destacada” con la ayuda recibida cuando el huracán Mitch, supongo que los nicaragüenses identificarán a estos personajes sin mucho esfuerzo. ¿Eso te crea problemas?
Nicaragua es una novela infinita, cada día se agrega un capítulo. Los personajes están por doquier, no hay más que atraparlos con la mano. Pero no es suficiente que los reconozcan en Nicaragua, sino que también los reconozcan en otros países, porque la fauna es común a América Latina, y los que se construyen mansiones con fondos públicos, o de la ayuda internacional para las catástrofes, abundan en nuestras tierras.
—Crees en el fin de las ideologías. ¿Son las ideologías las que han perjudicado el progreso de la humanidad, las que han justificado lo injustificable. ¿Definen las ideologías el curso de la historia? ¿Crees que se podría hacer una revolución sin ideologías?
—Hay ideologías intrínsecamente perversas, y otras que se vuelven perversas cuando son puestas en acción. Ahora desconfío de toda ideología que ofrece la felicidad en la tierra con solo cerrar los ojos y dejarse llevar. Toda ideología a la que uno termina entregando el derecho de pensar por sí mismo, que niega la diversidad, es perversa, y si una revolución se hace en base a una ideología que niega a los demás el derecho de pensar, y el derecho a la crítica, será una revolución perversa.
—Una persona con la autoridad moral que le da el hecho de haber estado en la cumbre del poder sin haberse engolosinado con él y haber retornado a la literatura, ¿cómo ve el hecho de los cambios constitucionales en distintos países como Colombia, para perpetuarse sin pudor en el poder?
—La Corte Suprema de Justicia tuvo la sabiduría de negar al presidente Uribe una nueva reelección. Fue un gran paso para Colombia.
—¿Usas la literatura como una forma de disidencia?
—El escritor tiene que ser disidente por naturaleza. Un escritor fiel a un credo oficial, o a un pensamiento único, no puede participar de esa aventura diversa, contradictoria, que es la escritura de una novela, en la que nunca quien la escribe puede tomar partido, ya no digamos asumir una posición ideológica.
—¿Cuáles son los elementos —además de lo telúrico— que destacan la literatura nicaragüense y la identifican, si es que hay esos elementos? ¿Existe un elemento aparte del geográfico por medio del cual se exprese la literatura nicaragüense?
Como todas las literaturas latinoamericanas, la identidad de la literatura nicaragüense se encuentra en el habla. Es el lenguaje lo que define una literatura, más que lo telúrico, porque si lo telúrico no se puede expresar en palabras, no puede entrar con eficacia en la novela, así como tampoco podría entrar la historia.
Dice Pérez Reverte que escribir es un trabajo o un don divino, otros opinan que es un arte, además que el arte es una realidad por encima del tiempo ¿qué piensas tu de eso? ¿Crees que escribir es un arte?
—Un don divino que no puede bajar sobre la cabeza del escritor sin el uso de los procedimientos debidos, que empiezan por sentarse a escribir con disciplina de mecanógrafo. Hay que saber atrapar la gracia. La escritura es una milagro provocado.
—Me parece que no existe en realidad una ruptura entre la revolución y tus textos, el lenguaje, los personajes, la mística revolucionaria inclusive, se aparece como una constante, por ejemplo en el Inspector Morales o en Doña Sofía, o en la monja. ¿Es ese lenguaje parte de un proceso natural en los escritores de Nicaragua o es un proceso tuyo como miembro activo y destacado que fuiste de la revolución?
—La revolución es para mí una experiencia vital, que me acompaña en la escritura en todos sus intríngulis humanos, en la complejidad de los personajes con los que conviví, de las situaciones de las que fui testigo. Recurro a ese entramado de experiencias cuando tengo necesidad de ellas, son parte del cúmulo de recuerdos de mi vida, y me siento a gusto evocándolos.
—Me quedó grabada una imagen de tu charla en Books & Books, aquella de no cerrar tu ventana a la luz, hablando de las publicaciones por Internet, ¿o sea que no te niegas a la tecnología de los libros virtuales, háblanos un poco de ese tema?
—Yo soy un escritor que no tiene la más mínima influencia en determinar cómo serán los libros de mañana. No tengo poder para decidir si mis libros se leerán en papel o en una pantalla electrónica, de modo que seguiré escribiendo libros de cualquier manera que vayan a publicarse. Si me preguntas mi opinión, prefiero los libros de papel, y quisiera que existiera una larga convivencia entre los libros de papel, y los inevitables libros electrónicos. Pero tampoco me asusta la tecnología digital, ni la rechazo: escribo en una computadora desde los años ochenta, cuando empezaban a salir las computadoras personales, y me he beneficiado mucho de su uso.En mi carrera de escritor ha sido un invento trascendental.
[Martha Daza, colombiana,
autora de Cuento- poema de la permanencia, 2007]
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