29 de noviembre
La boda
La niña lloró durante toda la ceremonia que hubo de ser suspendida para amamantarla detrás del altar frente al asombro y las bendiciones de la abuela materna que se persignaba escandalizada ante tal sacrilegio; unos padres contraían nupcias con su hija de un mes de nacida presente en la ceremonia, eso, en su tradición y costumbres era ofender a Dios. Minutos atrás a una cuadra de la iglesia la madre del novio había hecho lo propio; una teatral demostración con notables estridencias que hicieron llegar su voz hasta la calle aledaña. Arrastrándose por el piso del largo corredor de su casa, pegada a la pierna de su primogénito, intentaba impedir que cometiera tal desafuero matrimonial y que pudiera llegar caminando hasta la iglesia. Luego de no conseguir detener la boda, con fruncido ceño prohibió a los demás hijos que asistieran a la ceremonia, como si una nube negra de desprestigio se cirniera sobre sus cabezas. Parecía que un intruso se acercara al tesoro familiar tratando, quizás de compartir títulos nobiliarios, riqueza, respeto o dignidad de alguna dinastía o imperio desconocido, pero no era así, solo se trataba de oficializar el enamoramiento irremediable de dos jóvenes sin dinero o pergaminos que disputar. No había trono ni glorias en peligro, sólo la imaginación febril de los representantes de una clase media en decadencia que posiblemente seguía patrones telenovelescos para darse la importancia de oposición al oprobio y destacarse de alguna manera sintiendo que lucían algún brillo o notoriedad, que, eso sí, comentarían más tarde por la línea telefónica, con algún miembro de la familia o una amiga curiosa.
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