Perdonen mi estulticia,
pero no puedo
como un contabilista
transformar
las aterrorizadas caras
de las víctimas
en cifras,
en columnas de números muertos,
en escalas dibujadas que crecen
y decrecen sobre un papel inerte.
No soy un estratega militar
que habla de bajas,
que está acostumbrado
a los cuerpos desmembrados
a contar las victorias y
la gloria sobre cadáveres y
edificios derrumbados.
No soy como los hombres
de piedra que sentencian
en mapas y luego lanzan
las bombas asesinas,
que envenenan el aire,
no soy como aquellos
que organizan los tanques aplastantes,
perdón por ello, perdón, perdón.
No pertenezco a este maldito mundo
que decide quién vive
y dónde debe hacerlo.
Perdón.
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