Wednesday, March 16, 2022

Janet


Janet miró un instante su rostro en el gran espejo del baño público al que tuvo que acudir de emergencia y quedó embebida frente a su cara que parecía doble. Por un lado era hermosa y de rasgos como dibujados por un pincel maestro; delgada ceja enmarcando un ojo clásico que parecía maquillado en el borde de las pestañas, suave piel que destacaba su mejilla rosada y una tersura inmejorable que aparecía desde su discreta blusa expulsando de adentro la blancura de su cuello.

La otra mitad en cambio, tenia la piel recogida y el ojo deformado por las quemaduras que llegaban como la misma llamarada desde abajo, abrasando su pecho, su cuello y sus brazos con un pergamino agreste, endurecido, que no le permitía acomodarse a su pómulo y subía hasta más allá del cabello que tampoco crecía para disimular con él su lado izquierdo.

Janet voló en un instante hasta la casucha donde estaba durmiendo con sus hermanos; una construcción de cuatro endebles paredes levantada por su padre tratando de que encontraran abrigo en las noches de frio y hambre. En el mismo suelo compartían una espuma vieja y raída, olorosa a la orina de los niños que a pesar de dormir acurrucados unos a otros y del abrazo materno; no podían superar el frio nocturno. Esa noche fue distinto, el padre cruzó la tabla que servía de puerta con una olla caliente en la mano y en dos jarritos metálicos como los que usaban en el ejército, brindó a los niños un líquido tibio y dulzón, que no se parecía mucho al agua de panela que solían tomar cuando reunían para comprar una. Habían almorzado con arroz que la madre consiguió entre sobras, estaban hambrientos, el estómago comenzaba a sonar con ese ruido que todos conocían muy bien, de modo que la bebida les cayó bien y quedaron satisfechos con la cena de papá.

Él acostumbraba a llegar de vez en cuando, en el momento en que los niños se aprestaban a dormir y al despertar en la mañana, ya no estaba, por eso no lo veían mucho, ni sentían gran afecto por él. Si estaban despiertos, los insultaba y los miraba con ojos amenazantes que les inspiraban miedo a todos, menos Janet que ya estaba crecidita y lo veía con rencor. Lo había visto tirar del cabello a la mamá y hacerla llorar con su maltrato y su grosería. Nadie sabía a qué se dedicaba pues nunca tenía dinero, ni respondía por los escasos gastos de la casa.

Los niños más grandes asistían a una escuela pública y al regresar, debían encargarse de los más pequeños. Era casi imposible mantenerlos callados porque siempre tenían hambre y no había forma de alimentarlos. La madre siempre estaba cansada y enferma porque constantemente tenía enorme la barriga y todos sabían que pronto aparecería un hermanito más para cuidar. Eso no les gustaba porque sería un poco de comida menos cuando consiguieran, que era en muy escasas ocasiones. La vida era dura y ellos entendían que a los padres había que quererlos porque les habían dado la vida, pero si eso era la vida, ellos preferían no haber nacido al menos en ese estado previo no sentían hambre ni sufrían. Nada les garantizaría algo de bienestar o de comodidad si su amor por los padres crecía, no pensaban en ello.

Todos quedaron dormidos rápidamente, tan dormidos que no sintieron el chirrido de las llamas que comenzó de pronto muy pequeño y se extendió perezoso en el frio de los cuatro metros cuadrados, llenando de humo adormecedor el recinto, cuando alcanzó la espuma del suelo donde reposaban y devoró su carne. No se percataron de las llamas que lamieron sus cuerpos hasta muy tarde cuando era imposible hacer algo para huir de ellas, algunos gritaron del dolor y la madre entre lamentos pronunció, enredados en angustia algunos nombres que se perdieron en el torbellino de catástrofe del lugar. Solo Janet, que no había bebido mucho del brebaje paterno, alcanzó el patio y se echó agua en la cara de una vasija que recogía la lluvia y que ella recordó en su desesperación, lo hizo hasta que el dolor se lo permitió y cayó con su leve peso sobre ella, la forma de barro cocido penetró su desleído rostro y lo deformó en una línea honda con el filo de su borde; luego se desmayó.

No sintió los gritos de las personas que vivían cerca y que se acercaron con ollitas de agua intentando apagar el incendio que voraz acababa con la vida de los cinco hermanitos y la mamá de Janet. En el mismo momento que el hombre ebrio se echaba sobre el piso de una pobre alcoba construida con trozos de madera donde dormía su otra familia.

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