Las cabezas volaban
muy lejos de sus cuerpos,
seguían parpadeando
unos segundos
y aún pensaban
el mundo borroso
donde estaban
donde sonaban
las sirenas largas
y caían en pedazos
las edificaciones y
abundaba la gente
con sus zapatos quietos
sin dar un nuevo paso.
Estaban ahí tendidos
con sus vestidos mudos,
con sus camisas rojas
con su terror viviente,
todos tirados, muertos,
unos frescos y blandos
al choque de las piedras
que aplastaron contra
el mundo su miedo.
No advertían el tiempo
poco a poco se diluyó su grito
entre el polvo, la ceniza y el humo
desaparecieron las piernas
entre las blancas medias
quietas en medio de la lluvia
de fuego interminable.
Era la guerra
eran las víctimas
sin colores ni escudos.
Eran todos los niños
y los padres y madres
con su moderna ropa
o con sus largas túnicas,
y velos
con pantalones sucios
de humillación rampante.
Eran distraídas víctimas
que estaban en la mira
no los perpetradores
y todos sin excepción
estaban muertos.
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