Los vimos levantarse,
protestar con sus marchas,
el fervor en las calles,
la bandera de blanco
y de celeste
agitando
sus pliegues en el aire.
Oímos las consignas
alegres
y al momento
también presenciamos
el desastre
de hombres y mujeres
que cayeron
con un tiro en la frente
con el pecho sangrante.
Es abril, es dieciocho,
diecinueve y sin cuenta
los días corren y
se crece el desangre
En una larga fila
de caídos
en un caudal
de lágrimas
de madres.
Llueve fuego
sobre la multitud,
estallan las cabezas
de los jóvenes niños,
de mujeres encinta
en ciudades y valles.
Todos estaban
en la mira de un fusil,
de un cañón,
de un tanque,
de un cohete,
de una mano asesina
que implacable
los buscaba en la calle.
El tirano aprendiz
enfilaba sus máquinas
de muerte contra
la gente protestante.
Resonaron palabras
libertarias y un grito
permanente superó
los asesinos silbidos
de bala del cobarde.
Caen muertos y muertos,
pero el grito no calla
cuando explotan
las bombas,
cuando insolentes
suenan fusiles
y metrallas.
No hay ruido más potente
que la voz de los pueblos
que resisten
el criminal embate
de las balas
y de la tiranía
que las lanza.
Y veremos caer
la mascarada,
arrastrarse al bufón
y el vidrio de abalorios
de colores
con su hilo
cerrando
la mediocre medida
de su sucia garganta
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