Veo luto
otra vez,
las velas
fatuo brillo
de estrellas
apagadas
en el infinito,
arden sin
esperanza
en los gastados
pebeteros,
un ataúd solitario
remachado
de olvido
preside la ceremonia
sin un adiós posible.
Veo la iglesia
el atrio
y las flores,
huele a cirios
que reverberan
consumiendo
la cera,
humo de olor bendito
brota
desde
unas manos niñas
que agitan
la incensaria
cadena
de botafumeiro
en el largo
sahumerio
haciéndolo
ascender
los
góticos espacios
de la fúnebre
tarde de marzo.
Trajes negros
y lágrimas
en los rostros
amados,
mientras
rituales gestos
minimizan la escena
y le auguran
al muerto
un descanso
perpetuo.
Se juntan
en el yeso,
santificados rostros,
piedras que
nos contemplan
como testigos
mudos
desde
la altura inmóvil
de siglos de memoria
que anteceden a
cánticos,
responsos y penas.
Lentamente
entre todos los deudos,
niños, jóvenes viejos
se levanta
el silencio
que tan bien
desde siempre
y para siempre,
de memoria sabemos.
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