Mi mano demonio alado
prodiga fuego a tu cuerpo
y se detiene amorosa
en el ascenso
sobre el nudo ciego
del suspendido azul de tu deseo.
¡No amarás a otro hombre!
-la soga al cuello-
pero mi mano profana
continúa en el intento
sobreviviendo decretos
que dicta el infame celo.
Aquí me quedo en tu noche
velando ciega tu sueño.
Aquí me quedo en la sombra
desafiando los silencios
y la mirada de piedra
helada del carcelero.
Aquí me quedo por siempre
-candor y arrojo cubierto-
en el ensueño que tejes
mientras que yo me lo creo
y me lo visto y lo luzco
donde sólo yo lo siento
en mis muñones de alas
que crecen cuando te veo,
amordazada y gritando
para conjurar el miedo
de las serpientes que anidan
rondando cerca a mi lecho
y del tiempo que no tengo
junto a los relojes quietos.
Aquí me quedo.
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