En ese momento lo comprendió todo, se desató el nudo de su garganta, vio las manos de los azotes y las lágrimas, la explotación de su niñez, su infancia esclavizada, y el dolor contenido se desbordó en el pequeño cuerpo. Todo miedo, llanto, oscuridad, enojo se juntó en un solo aliento de pronto frente a sus ojos, entendió que cuando terminara el parpadeo la luz sería sombra y el sonido lejanía; que ya no llegarían a sus oídos las voces estridentes ni vería los rostros abotagados de sus verdugos blandiendo el látigo y profiriendo maldiciones escupidas al son de sus alaridos. Sintió algo placentero, una sensación de agua derramada que tibia acariciaba su piel maltratada. Sintió fuego y alivio sintió por fin una mano delicada que acarició su frente y fue cayendo lentamente en un agujero espeso que cubrió su miedo y lo ató a la noche para siempre.
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