Estamos todos muertos
todos estamos muertos
bajo los olivos y
los flamboyanes,
perdidos para siempre
en la inmensidad
de las arenas blancas
y las arenas pardas
de un desierto.
Sin huella
en el calor de Armenia
y en los ríos quindianos,
hechos ceniza blanca
entre las piedras
de una lápida
y entre las aguas.
Estamos muertos,
en Texas,
en USA
y en Colombia.
Seguimos muertos
en Joplin,
en Weston
y en el Tolima,
en la metrópolis,
en Cundinamarca.
Muertos en Girardot
o en Bogotá,
¿qué más da?
si ya no somos nada,
ni pasos ni caminos,
ni noches ni mediodías.
Somos un sueño largo,
una historia,
la fugaz línea de luz
del horizonte
que se disuelve
en tiniebla
sin constelaciones
ni planetas.
Seguimos siendo nada,
somos la misma historia
contada en doble tiempo
que se resume en nada.
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