El polillo y la polilla
se salieron a pasear
y llevaron sus hijitos
para darles de cenar.
Recorrieron los salones
aleteando sin cesar
que es la forma
que ellos tienen
de reír y conversar.
Encontraron un banquete
en los muebles y detrás,
en las cortinas preciosas
de seda y de tafetán,
luego afilaron muelitas
con las fibras de astracán
que encontraron en abrigos
a la entrada del desván.
Se metieron al armario
y rompieron a cantar,
la alegría se notaba
en sus alas al volar.
Se comieron los calzones
del abuelo y algo más,
las blusitas de las niñas,
camisetas y demás.
Las bufandas
de la abuela un echarpe
y un sutiá,
devoraron las alfombras
de la sala y algo más,
las carpetas que bordara
tía Mercedes tiempo atrás.
En cojines y manteles
se notaba mucho afán
de acabar con la comida
pronto, pronto,
sin parar,
sin respiro, sin retardos
sin pereza y sin hablar,
por si acaso regresaba
la familia a aquel hogar,
de las largas vacaciones
que se dieron muy alegres
polillitas y personas
en su estilo cada cual.
No contentas con la ropa
las polillas acuciosas
en su ágape bestial
cerraron con broche de oro
y agujeros sin contar
rubricando con su nombre
el festín casi sin par
que en su memoria pequeña
habrían de almacenar
sin olvidarse tampoco
que cavaron a la par
con sus tiernos hermanitos
con su madre y su papá
mil hoyuelos en la casa
muy perfectos por demás,
que perforaron las telas
dobladas sin reparar
en lo que estaban comiendo
muy sabroso aunque sin sal,
entre cajones,
roperos por el frente
y por detrás,
por arriba y por abajo
en rincones muy oscuros
y debajo del sofá
donde la vista primera
no pudiera divisar.
Quedó polvillo de alas
en toda la casa igual
y un desastre
con restillos de comida
sin mascar
que sus dientes avezados
olvidaron devorar.
Ahí no terminó todo,
invadieron la despensa
dejando indeleble huella
en paquetes
de spaghettis,
arvejitas y demás,
convirtiendo en harinita
el arroz de la mamá,
también robaron
garbanzos, frijolitos
y lentejas
y hasta el pan sin preparar
y después de todo esto
sí arrancaron a volar.
Se fueron rápidamente
sin volver la vista atrás
mientras los dueños de casa
ignorando la visita
muy felices de llegar
regresaban conversando
de una forma muy locuaz
con su piel resplandeciente
acabada de broncear
tras exponer en las playas
su animada humanidad.
Retornaron con maletas
y su más florido ajuar
guardadito dentro de ellas
dobladito sin afán
en los paisajes preciosos
que pudieron contemplar
tras las largas vacaciones
que lograron disfrutar
y llegaron extenuados
muy dispuestos a buscar
en el fondo del armario
las ropas de descansar.
No imaginaron entonces
que deberían comprar
desde medias, pantalones,
camisillas y demás
que las sábanas
de todos,
estaban todas igual
plagadas de agujeritos
y de alitas nada más
que todo desbaratado
les tocaba reparar
y comprar nuevos ajuares
eso sí sin olvidar
que debían perseguirlas
con pericia y con afán para
que estas invitadas;
polillitas con familia
a su casa fumigada
no volvieran a pasar.
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