Los hombres sueñan
países sin fronteras
donde vivir felices
con sus hijos
y sus bártulos,
sueñan atravesar la tierra
bajo cielos azules
con guardianes
cuyos caballos cabalguen
hacia adentro
lejos del río que los divide
y los aparta de sus sueños,
aunque el torrente
los devore
en el intento de
desafiar su furia
en el cruce,
porque sienten
que al menos,
es una lucha limpia
sin carcajadas obscenas,
sin coyotes ni disparos.
Los hombres
siguen soñando
hacinados sin aire,
jugando a que su suspiro
supere las distancias
y aguante las paredes
metálicas selladas
y el calor
de otros alientos
desmayados.
Los hombres sueñan
y emprenden
caminos bloqueados
y van dejando
en gotitas de sangre
la fuerza que los movió
al comienzo,
siguen soñando
hasta el último suspiro
cuando ya sin retorno,
entienden
que no hay un mundo mejor
porque a fin de cuentas
es el mismo
que querían negar
y comprenden muy tarde
que el trecho recorrido
fue más fiero y cruel,
y se jugaron la vida
entre un camión,
en un desierto
o frente a unas
manos criminales
que les apuntaron
directamente
a lo único
que les pertenecía;
sus sueños.
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