
Nosotros éramos cinco hermanos, pero el día que llegaron esos hombres disparando y mataron a mi papá y a mi mamá como perros rabiosos dejando salpicada su sangre en el rellano de tierra de la entrada, tres de mis hermanitos quedaron debajo de ellos porque corrieron a defenderlos y el pequeñito se colgó de la falda de mi mamá tratando de que no lo dejara solo y así sucedió, no lo dejó solo se lo llevó con ella y mi hermana mayor y yo corrimos a escondernos debajo de la cama, nos miramos sin hablar y entendimos que si nos acercábamos, también quedaríamos ahí con la mirada extraviada, llena de miedo y la sangre saliéndose como si le hubieran quitado la tapa y corriera hacia el bosque sin regreso.
Nos quedamos quietecitos hasta que paramos de oír las voces y las risas, luego nos arrastramos para no hacer ruido y nos acercamos a la puerta de la casa que se mecía con una brisa delicada, ahí mismo los vimos y supimos que no había nadie, mi hermana comenzó a gritar y a llorar encima de todos y pasaba del uno al otro pidiéndoles que contestaran.
-Papacito, papacito mamá ¿por qué no me hablan?
Y recogió al niño del piso y arrancó a correr como una loca con él en los brazos, dando vueltas a la casa como tratando de revivirlo.
-¡Pare ya! le grite,
-no ve que están muertos, todos están muertos, tenemos que abrir un hueco grande para enterrarlos, pero ella no paraba y no dejaba de llorar.
Hacía una música horrible con su llanto que me producía ganas de morirme, de taparme los oídos y salir corriendo para no escucharlos nunca más...
Pasaron muchas horas y no hicimos nada, nos quedamos ahí con nuestros muertos. Nadie vino a visitarnos, nadie volvió a pasar por el camino, nadie nos avisó qué era lo que teníamos que hacer, al otro día fuimos a buscar ayuda a donde el compadre de mi papá y allí no había nadie, sólo unos grandes agujeros en la puerta y un humo que venía desde la parte de atrás, seguimos caminando hasta llegar al pueblo y había hombres con unos fusiles enormes, patrullando y la gente no se veía por ningún lado.
Escondidos detrás de las paredes recorrimos las calles y el pueblo estaba vacío, sonaba el eco de las pisadas de los que caminaban como esperando que alguien apareciera para dispararle. Volvimos a la casa y ya sobrevolaban en circulo muchos chulos negros de esas bandadas que habíamos visto junto al río y comenzaron a bajar y mi hermana y yo con la escoba tratábamos de espantarlos, entonces cogimos la pala y la pica y nos demoramos tres días abriendo el hueco para echar a nuestra familia que ya olía muy mal y había cogido un aspecto que daba miedo. Hasta el niño chiquito que era tan lindo nos producía asco, mi papá no tenía cara y mi mamá por debajo de la cáscara que se le formó, se veía tan triste que cuando la pusimos arrastrándola de los brazos y los pies, nos quedaron unas ganas eternas de llorar.
Por eso mi hermana llora todo el tiempo desde ese día y yo lloro de noche cuando ella se duerme y no me ve en los caminos por donde buscamos un lugar donde reposar, porque no quiero que se le agrande la pena en su corazón.
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