Somos tan insignificantes flaco, no importa si nos esforzamos por aparecer en todas partes, por querer manejar a todas las personas que nos rodean, bajo todas las circunstancias. No importa si queremos ser el centro del mundo, la novia en la boda, la quinceañera en la fiesta, el comandante en el movimiento, el candidato en la elección. No importa amigo, si todos sabemos que no somos nada, somos menos que la explosión de la avioneta roja después del cañonazo; menos que la bomba con la que pretendieron borrarnos de la faz de la tierra, somos menos que el fuego que nos consumirá hasta calcinarnos, menos que los gusanos que nos devorarán, menos que la luz que nos enceguecerá. No somos nada compita, somos algo menores a la huella de un insecto en la sucia puerta de un burdel (hay hermosísimas y limpias puertas de burdel). Somos mucho menos que el polvo en la ceguedad del aquilón, como dijo el poeta, menos que todas las expresiones y los sentimientos perdidos en el olvido, en el silencio y en el anaquel de los recuerdos, o sea, menos de lo que no se ha dicho, ni se dirá. Menos que los gritos congelados en las montañas, menos que los cadáveres insepultos, mucho menos que los escritores y las cucarachas; mucho menos que el amor y que el odio, que tampoco prevalecerán cuando todo sea nada y cuando el big bang cese en el infinito, por un estruendo mayor que lo apagará para los oídos de los científicos y para la sordera de los demás mortales.
No somos nada y sin embargo queremos ser todo, que nos amen como a ningún otro, que nos tengan en la cuenta de los favores y los honores, en la lista de los invitados o cuando menos en la mira de los perseguidores, para aparecer en los diarios de la ciudad, del país y del mundo, como las víctimas enaltecidas.
Nos seguiremos estirando la piel, nos aspiraremos la grasa de las entrañas, nos fabricaremos las largas uñas y los senos, las nalgas y la nariz; seguiremos camuflando la vejez bajo galones de tintes y cremas mágicas, nos maquillaremos los labios y los ojos (ni una pestaña en desorden), para ser los más lindos, los más importantes, los mejores, aquellos mencionados por los notables y por los vulgares, aquellos que siempre están en todas partes.
Pero no importa lo que hagamos ni cómo lo hagamos, no llegaremos, no superaremos los terremotos ni el desastre final, no trascenderemos el apocalipsis de los hombres ni de los montes. No seremos cauce en los ríos ni fiesta en la lava de los volcanes, no subiremos al cielo ni descenderemos al infierno cuando los demonios se desboquen en la lucha con los dioses, que no nos protegerán cuando la bestia que nos habita se confunda con la bestia de los demás y sean una sola fuerza que también se perderá en los huecos negros del olvido y el desastre que dará origen a otros que igual que nosotros buscarán la notoriedad en una desportilladura del tiempo.
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