Aquí estaban los huesos, dando testimonio del silencio cómplice de todos los habitantes del país, algunos aún calzaban botas hasta donde no llegó la cuchilla, no había muchos fracturados porque la operación, que duró más de veinte años, se llamó descoyuntamiento y les dictaron clase a los ejecutores para que fuera perfecta, ponían como víctimas improvisadas a los que le cayeron mal al instructor, vivos aún, carne de prueba de cuchillo para los aprendices de monstruo, eran reclutados por los caminos del terror, eran los que quedaban y no tenían otro remedio que seguirlos, los demás se habían marchado, abandonando la tierra anegada en sangre y llanto de sus propios familiares, amigos y vecinos. Aquí estaban los huesos, testimomio férreo de todas las infamias, no tenían sexo ni edad, se contaban por miles y variaban en tamaño; mantenían su queja muda, sepultada entre gritos acallados en el designio del tiempo transcurrido, desde el aciago momento de quienes dictaban la orden que siempre se decía, venía de arriba. Eran pueblos enteros enterrados en pedazos entre las enormes fosas, estaban revueltos en su fatídico aposento rellenándolo con la medida exacta de sus cuerpos y el mundo estupefacto contemplaba la escabrosa escena, repetida en los monitores que regaban las exclamaciones en las más distantes latitudes, junto a los testimonios desesperados de las madres, que entre las fosas trataban de identificar lo que quedaba de sus hijos desaparecidos; junto a los testimonios estudiados de los autores; a los testimonios del ejército y al de los políticos, de quienes se decía eran la mano maestra que dirigía las masacres.
Todos sin excepción contemplaban los restos amontonados en las fosas recién abiertas al asombro tardío y a la añeja impunidad y reclamaban justicia, mientras el ciudadano de la transparencia reclamaba excarcelación para sus amigos ejecutores y como en el tango; el mundo seguía andando...
Wednesday, May 23, 2007
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La Fiesta de la Friducha
Pelos en la sopa
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