Historias de Zorrillos
Sólo había tenido noticia de los zorrillos a través de las tiras cómicas de Benitín y Eneas, que religiosamente seguí en el diario El Tiempo de mi ciudad y que alegraron mi infancia y desataron mi imaginación. Su hálito terrible, aparecía dibujado con ondeantes lineas expelidas desde su cola, para espanto de quienes anduvieran cerca. Por eso la noche en que Ivonne, sacó a pasear a su perrita por la huerta de tomates, del lado de la mañana (así se llamaba la calle: morningside lane) creímos que por fin a los gringos, se les había explotado una de sus plantas nucleares y que tras el olor, que agresivo e inclemente invadió nuestro espacio, empezaríamos a caer como moscas de Chernovil, sin que quedara rastro de nuestra existencia por el planeta.
La niña cruzó alarmada la puerta principal, seguida de cerca por la perrilla y mientras corría hacia el baño, donde con todo y ropa se disponía a bañarse usando toda clase champús y jabones de olor de la casa, el animalito, todavía enceguecido, limpiaba su cara refregándola contra el tapete de la sala, intentando librarse del aceite disparado por las dos bolsitas que guardan celosos en el ano los zorrillos para que los protejan de cualquier peligro o de ser devorados por una bestia o atacados por algún hombre.
El agua de la regadera, lejos de disminuír, alimentaba el aroma y lo esparcía a través de la casa entera y no hubo bicarbonato de soda, alcohol, limpiador mágico, ni olor artificial, que nos ayudara a menguar la pesadilla, entonces recordé que en las mismas tiras cómicas, había leído el remedio con tomates y disminuí la cosecha, produciendo por horas, litros y litros de jugo, para lavar la niña, la perra, el tapete y la casa.
Tras la infructuosa lucha y búsqueda de remedio, decidimos refugiarnos en la última habitación de la casa, resguardados tras los vapores del vick, que nos embadurnamos por todo el cuerpo y el rostro. Si conciliamos el sueño, fue por agotamiento y no por la fricción aprendida de los abuelos en las enfebrecidas noches de las gripas más intensas, que en esa ocasión no nos ayudó en nada.
Se celebraba en la ciudad de New York lo que fue el último festival Shakesperiano de Joseph Papp y aprovechando nuestra condición de reporteros y nuestras credenciales de prensa, asistimos a la apertura, donde con gran despliegue se anunciaba la presencia de Gabriel García Márquez, nuestro admirado y releído Premio Nobel de Literatura.
Cuando intentábamos ingresar al sitio de la celebreción nos tropezamos con lo que creímos eran hordas de cubanos, más por el escándalo que hacían que por el número de integrantes, que nos agredían física y verbalmente, tratando de obstruír nuestro paso al teatro.
Ivonne, portadora de la cámara filmadora, se quedó rezagada de nosotros varios pasos, por efecto de la aparición de la policía que corrió a protegernos de los anticastristas, que pretendían a golpes obligarnos a pensar como ellos y con sus insultos, impedir que disfrutaramos del gran escritor.
La niña tuvo entonces una idea de última hora, se deslizó como pudo y abrió el estuche de la cámara, que había permanecido –testigo mudo- sobre la mesa del lugar donde la perra se limpio el hocico. El olor concentrado en la maleta, detuvo la mano que como garra de una de las agresoras, pugnaba por agarrar su cabellera, casi consiguiéndolo y frenó la marcha de los otros cinco gatos, que pasaron de frustradores a frustrados, gracias al zorrillo que se atravesó en nuestras vidas la víspera con su aroma salvador.
Midaz.
Febrero 27 2007
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