Yo los he visto morir, antes que las balas criminales los tocaran y los desgarraran. Antes que el exterminio al cual se sometieron, los atenazara con células cancerosas o les destrozara los pulmones y las piernas. Yo los he visto morir porque creyeron porque todo lo dejaron para seguir sus sueños. Unos dejaron a Dios, otros sus hijos, su casa y sus amores como apóstoles en busca de la verdad.
Yo los he visto morir porque se dejaron morir porque no comprendieron porque los mató la realidad, porque al mirar de frente sus ideales no eran nada y se encontraron con las manos vacías.
Unos creyeron en la guerra otros creyeron en la paz y ambas fueron un espejismo, como fue un espejismo la justicia y la igualdad, como fue un espejismo el mundo que quisieron forjar. Un intangible espejismo que se les escapó como el agua entre los dedos.
Se llamaban Jorge, Mauro, Pablo o Ariel, el nombre nada importa, como nada importó su vida ni su muerte. Pasaron y se fueron, antes que los diarios registraran su muerte física, antes que el calendario marcara la fecha fatídica, antes que sus admiradores y sus detractores, que sus amigos y sus enemigos, llamaran por teléfono a Miami y a Suiza para contar la nueva.
Mi mano demonio alado prodiga fuego a tu cuerpo y se detiene amorosa en el ascenso sobre el nudo ciego del suspendido azul de tu deseo. ¡No amarás a otro hombre! -la soga al cuello- pero mi mano profana continúa en el intento sobreviviendo decretos que dicta el infame celo. Aquí me quedo en tu noche velando ciega tu sueño. Aquí me quedo en la sombra desafiando los silencios y la mirada de piedra helada del carcelero. Aquí me quedo por siempre -candor y arrojo cubierto- en el ensueño que tejes mientras que yo me lo creo y me lo visto y lo luzco donde sólo yo lo siento en mis muñones de alas que crecen cuando te veo, amordazada y gritando para conjurar el miedo de las serpientes que anidan rondando cerca a mi lecho y del tiempo que no tengo junto a los relojes quietos. Aquí me quedo.