Aprendimos a querer a Osvaldo a través de Elena su esposa, escuchamos sus poemas y las historias de su vida y su muerte y día a día se nos fue metiendo entre la gente que extrañábamos y nos hacía falta en las salas de los hospitales, en el cafecito de la casa de Nazim en los atardeceres de la poesía.
Ayer lo evocamos con tanta fuerza y con tanto amor, que nos regaló su presencia en las palabras pronunciadas en endecasílabos, en sonetos y en coplas, en los destellos de unas fotografías donde era feliz y en las últimas voces de los amigos que escuchó y que le dijeron delante de todos nosotros que él no está muerto y que sigue con sus cantos refrescando la vida de aquellos que le sobreviven y de todos aquellos que lo siguen queriendo y que lo han aprendido a querer para siempre por su legado poético y por una gran amiga que nos lo nombró y lo tatuó en nosotros para que se quedara habitándonos.
Midaz.
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