Tú eras mi territorio
mi lugar en el mundo
mi patria y mi refugio
ahora que no estás
perdí mi norte
no puedo hallar
caminos
ni regresos,
no hay Ithaca
no hay mares
ni destino.
No existe la huella
que dejamos
en los
reverdecidos
patios
de la infancia
no existe la mirada,
la vida
está aplastada
por acontecimientos
desbordados
por noches largas
que desdibujan
sueños
todos los que tuvimos
cuando eran uno
nuestros sentimientos,
nuestros miedos,
asombros y alegrías.
Éramos uno
y éramos dos,
éramos todos y
aún pequeños
enfrentamos
tempestades
y puertos.
Hoy ha quedado
el corazón herido
no hay hilo
que lo zurza
ni mago
que con un soplo
lo repare
para que lata
con fuerza
entre este pecho
herido con espada
y daga mala.
Quedamos solos
se acabó la vida
se destruyó la casa
todo el amor
se esfuma
en un remedo
de tumba
compartida.
Soy un muerto
que anda
por las calles
de la vida.
Ni un átomo
de risa,
ni una sola visión
de madre,
hermano o padre;
nada consuela
este dolor
mi luz
se apaga.
No llegan
aunque quiera
mis flores
a tu tumba,
ellas
como mis pasos
se extravían
en esta
profundidad
informe
de roca
derramada
en esta eternidad
de muerte
que me llama
y que como lava
ardiente
talla en mi piel
su saña
de fuego
para siempre
en esta
tarde ajena
que me marca
los ojos
en esta
noche lejana
de tu muerte,
mi muerte
y de todas
nuestras muertes.
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