Cuando vi a Armando en su última presentación, me puse a llorar y apagué la computadora, no era posible verlo apagándose, a pesar de su empecinamiento y la fuerza que intentaba demostrar a toda costa.
Recordé a Evita atrapada en su corsé de alambres sosteniendo su esqueleto y su anatomía derrumbada, de pie a la mala, recostada en un armazón insertado entre sus ropas y disimulado en su espalda para que apareciera en el balcón frente al pueblo que la aclamaba y quería verla, sin importar si sus fuerzas le alcanzaban para levantar la mano. La recordé cuando miré al amigo vencido por el cáncer presentando un libro que en competencia con la muerte, se empeñó en publicar y mostrar al mundo.
Pensé que alguna persona era responsable o tal vez irresponsable por este desafuero, que alguien debió impedírselo, luego recordé su empecinamiento y dejé de culpar a otros por algo que él consideró la culminación de su esfuerzo literario, iniciado poco tiempo atrás cuando comenzó a publicar todo lo acumulado a través de los años y a resumir su carrera de columnista investigativo y su esfuerzo loable de caricaturista, en algo que consideró su propia despedida de este mundo y me reproché al sentirme con derecho a opinar sobre algo que no me correspondía.
Fue el afecto, el miedo, a lo que veía que venía lo que me hizo apagar la pantalla y sumirme en mi llanto mudo cuando vi sus fuerzas tan menguadas, cuando vi que no atinaba a precisar sus respuestas.
Él tan veloz de pensamiento, tan organizado mentalmente, tan locuaz y óptimo en sus comentarios, tan oportuno a la hora de resaltar sus aventuras y darse a conocer.
Él tan habilidoso en su conversación tan agradable, él tan gracioso como sus dibujos, aunque en el fondo guardara su inamovible fuerza de militar antiguerrilla que dio origen a otro de sus libros.
Qué podría decir de ti Armando, hoy todos hablan de tus cualidades y ante eso no tengo mucho que agregar. Pienso que tal vez te alejaste a propósito para que nos fuéramos acostumbrando a no verte, a no contar contigo para los almuerzos italianos y las caminatas, para ver aparecer la aurora en una playa después de una fiesta larga.
Ese fue tu pretexto para amainar el peso de tu ausencia que ya veías venir, a pesar de las nano prácticas y los cuchillos.
Armando, conspirador, tirano, ególatra, fiero en tu territorio. Te paseabas midiendo tus dominios y cuidándote de cada paso, de cada intruso, de cada escollo.
Enfurecido ante el mínimo fracaso, imponente, arrogante y prestidigitador de sentimientos, amigo de sus amigos y enemigo feroz de sus contradictores, hoy reconocemos que, como la hermandad de la amistad es así:
Te quisimos incondicionalmente y que después de un año, finalmente podemos decirte adiós.
Midaz.
8/3/2021
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