Basta que se cuele
la luz por la ventana
para sentir que la
herida sigue ahí
que está sangrante,
que no valió de alivio
la noche con su sombra
ni el cómplice silencio
que auguraba
los pasos del desastre.
Regresaron los muertos
de sus tumbas
para decir a gritos:
ya es muy tarde
los mismos muertos
los tuyos y mis muertos
sin ojos en sus cuencas
sin pelo y sin sonrisa
sin manos que señalen
al culpable
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