La vi en la cocina al lado del cuerpo muerto, parecía llorar y lamentarse cubriéndose el rostro con sus delgadas extremidades de hilo, asustada y triste me miró implorando desde abajo, se veía tan aterrada junto a su ser querido que no fui capaz de aplastarla con el pie.
Debajo del pequeño puente construido sobre la calle que llevaba al hospital, las gaviotas en un gran estropicio de alas y de voces desbocadas llenaban el ambiente de la mañana; lloraban y gritaban espantadas al máximo volumen que producía su estrecha y sonora garganta acostumbrada a imponer sus graznidos sobre los turistas acostados en la arena y a superar el ruido de las olas. Ahora en la ciudad, revoloteaban encima de los cuerpos de sus compañeras que habían sido aplastadas por las apresuradas llantas de un coche que no intentó detenerse mientras, entusiasmadas recogían los restos de comida que alguien desde el coche de adelante, tiró sobre el piso.