Nunca
medimos el tiempo
lo dejamos pasar
como si fuera ajeno,
el tiempo era
y nosotros
no percibíamos
que también
éramos tiempo
que en la medida
de su paso
éramos horas
desperdiciadas
como
en las acequias
que quedaron
sin agua,
éramos la sed
y el hambre
de los niños
de la sierra,
después
fuimos
torrente,
ríos desviados
sin cauce,
desbocados
caudales
que inundaban
casas
y las sacaban
de sus cimientos
llevando entre
sus manos
de agua
y de sal
cadáveres
e historias
de los pueblos
muertos.
Todo acabó
y comenzó
de nuevo
y nosotros
no descubrimos
nuestro tiempo.
Nuestra vida
convertida en
leyenda lejana
contada
en otro tiempo
narrativa vieja
cansada
de dolores
muertos.
Jamás
descubrimos
que todos
éramos
esos dolores
y que todos
estábamos
como
las horas y
como los otros
muertos.
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